Ante las
actuaciones de la sociedad actual, compuesta por un conjunto de variados personajes,
actitudes, valores, creencias, y otros cientos de componentes que convergen en
la determinación de la cultura, la pregunta que me hago es ¿Cuál es el aporte
que estamos haciendo desde la academia en relación con la formación integral de
que se habla en las misiones institucionales de manera casi podría decirse
generalizada…?
Entonces, me
doy a la tarea de tratar de ordenar mis ideas y mis reflexiones que parten no
de lecturas de textos y videos como este de la Universidad de Bergen, sino de lecturas sobre el día a día, de mi vida
misma y le añado las variadas posturas expuestas
sobre las relaciones entre aprender y formarse para la vida… surgen el
mediatismo, el consumismo, la comodidad entre otras tantas interpretaciones de
las situaciones actuales y me pregunto
entonces… ¿cuál es la esencia que da sentido a lo que “debemos” ser y hacer
para que no sean algo impuesto y ajeno, y que por el contrario nos pongan en
juego desde lo que realmente somos y sentimos?
Tendría que
sumergirme en lo profundo del ser
humano, para tener un sustento correcto para asegurar que esa esencia es la
satisfacción consigo mismo, con lo que se es, lo que se aporta a los demás, y
que requiere conocerse, quererse, controlarse, regularse, exigirse, motivarse y
mucho más. Es ahí, ahí donde la academia se enfrenta hoy a uno de sus mayores retos durante la década: ayudar
al estudiante a conocerse a si mismo y construir su proyecto de vida, despertando
así la “pasión por aprender”.
Bien han
dicho durante décadas diversos científicos, filósofos, sociólogos… no es
suficiente entregar a la juventud conocimiento, métodos, técnicas,
investigaciones, entre otros tantos recursos para que aprenda, es necesario que
el joven logre despertar dentro de si, su propia emoción y motivación para tomar
el camino del conocimiento y su puesta en práctica en la realidad; y esta tarea
se convierte actualmente en el gran reto del formador, y que Philippe Mierieu de manera muy simple lo expresa
diciendo que “Es
responsabilidad del educador hacer emerger el deseo de aprender. Es el educador
quien debe crear situaciones que favorezcan la emergencia de este deseo”[1], y lo
recalca con la afirmación de que “…el papel del enseñante es encontrar el proyecto
que hará emerger problemas que permitirán construir conocimiento”. Así visto como
lo expresa Mierieu, el rol del docente no es entregar lo que cree que desea el
alumno, si no “crear situaciones
favorables para que emerja el deseo”[2]
[1] Tomado de la entrevista a Philippe Mierieu, pubicada en
CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. Nº 373 NOVIEMBRE 2007. Nº IDENTIFICADOR:
373.010. Disponible en: http://www.ort.edu.uy/ie/caes/entrevista_philippe_meirieu.pdf
[2] Idem.
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